viernes, 27 de abril de 2012

Formosa - Clorinda. Con un pie en la 81

El viaje de Posadas a Formosa fue, otra vez, durante la noche y, otra vez, subí al colectivo en un estado lastimoso. Cansado por todos lados y sucio como trapo de moto, solo quería dormir tres días seguidos. Allá me esperaban mis otros primos.

Como no veía nada por la ventanilla, alcancé a dormitarme un poco (habrán sido unas tres horas). Me desperté llegando a Corrientes y la reconocí. Cuando cruzamos el puente hacia el Chaco eran aproximadamente las 5 am y sobre el río se veía solo oscuridad y algunas lucecitas de botes o barcazas dispersadas. Era el Paraná que otra vez me encerraba en algún misterio de su inmensidad.

Debía bajarme en Resistencia a cambiarme de colectivo. Llegamos a la terminal aproximadamente a las 6 am y llovía torrencialmente. Entré y empecé a dar vueltas como un perro hasta que me acomodé en un banco a esperar que llegara el que me llevaría a Formosa.

La terminal era una mezcla rara de gente muy particular, que nos encontramos en un momento muy raro. Personas mayores solas esperando, jóvenes con grandes bolsos, mochilas o bolsitos, hombres, mujeres, adolescentes, adultos y adultas; había de todo. Hasta unos mochileros que viajaban con varios cachorritos recién nacidos, que no sé dónde los habrán metido en cada viaje en colectivo.

En fin, la unidad llegó, me subí y ahí arriba me encontré con Tito, un formoseño que había conocido en Santo Tomé en la fiesta del último día y que conocía a mis primos. Viajaba con la guitarra y estaba totalmente dormido cuando llegamos a Formosa, así que casi no me molesté en intentar saludarlo cuando llegamos a Formosa porque él iba hasta Clorinda.


La niña es mi prima Bianca

Llegué a la capital de la provincia ya bien entrada la mañana. El día estaba húmedo y caluroso pero nublado y gris.


Aquí pasé tres agradables días junto a mis primos y tía. La costanera de Formosa recibió nuestra visita un par de veces. Es tranquila y silenciosa, ideal para ir una tarde a sentarse y tomar unos mates viendo el Río Paraguay. Del otro lado está el pueblo de Alberdi, ya en territorio paraguayo.




Río Paraguay en Formosa



El último día fuimos hasta Clorinda con mi primo César. Tuvimos que llevar una lancha enganchada en la camioneta hasta esa ciudad, en la cual pasamos la noche y volvimos bien temprano al otro día, manejando yo esta vez. Se ve que confiaron ciegamente en mi; de todas maneras, demostré con creces mi gran destreza al volante en los 150 kilómetros que separan Clorinda de Formosa.


En las afueras de la capital, pude ver casas de pueblos originarios tobas, los cuales viven, por lo menos en esa zona, en viviendas bien construidas y servicios bien instalados. A esa misma altura, también se encuentra la salida a la ruta 81, que cruza toda la provincia por el monte chaco-salteño hasta Embarcación, Salta. Estuve muy tentado de ir a hacer dedo por allí (ruta habitual de muchos camiones que recorren el corredor bioceánico desde Brasil a Chile), pero decidí volverme en colectivo a Córdoba. ¿Cobardía? No sé, puede ser, pero resolví postergarlo por una cuestión de cierto cansancio del momento.


Más que nada me acobardó en ese momento el hecho de que ya se había "cumplido" el tiempo de viaje que anteriormente me había "propuesto" (que no es lo mismo que "impuesto"). Y como siempre hay que dejar algo para después, así lo hice. Quedó para otro tiempo hacer la 81 a dedo, entonces.


Hasta mañana


Entonces, llegué de vuelta a Formosa, directo a la terminal, y saqué el pasaje a Córdoba. Se viene el retorno, el chau.

viernes, 13 de abril de 2012

Posadas - Encarnación. Donde el cielo remonta vuelo

Por primera vez en el viaje me pongo los lentes de sol. Yo sabía que en casos extremos los iba a necesitar. Estoy tirado en el colectivo y viendo de a ratos por la ventana, empezando este día que en realidad ya comenzó hace rato ¿Por qué será que siempre subo a un bondi con el cuerpo totalmente destrozado? Será que, quizás, cuando estoy afuera de él es cuando me encargo de destrozarlo. Incluso desde adentro se siente el calor y la humedad del Litoral. En fin...


El camino es muy extraño, no recuerdo haber visto muchos así. Los campos de choclo se mezclan con los de yerba y, a su vez, con la tierra colorada o, si no, inmensas extensiones verdes recostadas sobre lomas que parecen no tener final. La imagen me inspira una sensación tropical o centroamericana.


Ya entré a la provincia de Misiones y es la primera vez en mi vida que la visito. Tiene un aspecto agradable, linda y sobre todo muy verde. Pasado el mediodía llegamos a la terminal de Posadas y ahí me bajo sin haber decidido para nada qué hacer o para dónde ir. Las opciones que manejo son el centro, la costanera, Encarnación (en el Paraguay, para esto hay que cruzar el puente internacional) o cualquier lugar que me llame la atención.


Campos verdes misioneros
En la terminal hay mucha gente, incluso algunos mochileros, por lo que me sentí muy bien al verlos por ahí dando vueltas, igual que yo. Ahora ya sí estoy cansado de la noche sin dormir que tengo encima y mis restos caminan sin tener idea dónde ir. En eso veo un cartel que dice "Colectivos a Encarnación - Paraguay", y una flecha para afuera. Voy para ese lado y ahí estaba parado uno de dichos móviles que iban para allí. Sin pensarlo me subí y ya estaba yendo para el otro lado del puente e intentando sacarle charla a unas paraguayas. No tuve mucho éxito.


Volver a ver el monumental Paraná, acá un poco más cerca de su nacimiento, fue hermoso como siempre. Ahora sí, ya no tengo más adjetivos para describirlo. Simplemente es demasiado río. Hicimos rápidamente los trámites aduaneros en ambos lados y crucé rumbo al Paraguay. Estaba en un lugar muy extraño y desconocido pero me gustaba ir mirando todo a mi alrededor. Tanta gente anónima haciendo su vida de todos los días, o quizás no, quizás viajando también o quizás simplemente no haciendo nada en especial.


Encarnación es grande y se divide en muchas zonas. Yo fui directamente hasta la terminal de ómnibus y ahí me bajé. La manzana donde está ubicada está rodeada de mercados y ferias. Es la zona alta de la ciudad, o el "centro alto", como me dijeron cuando pregunté. Se ve que hay varios sectores céntricos. Cambié un poco de plata ahí mismo como para tener algo que comer. Un peso argentino equivale a 850 guaraníes paraguayos. Es la segunda vez que piso territorio de este país vecino.


Terminal y ferias en Encarnación
Entre tanto lugar desconocido, no sé para dónde encarar y lo primero que elijo es, sí, un lugar para comer porque con este hambre en cualquier momento se me vencen las piernas. El mercado del frente de la terminal tiene diversos, sencillos y amplios menús. Hay varios comedores distintos y es ideal para sentarse a comer e insertarme un poco más en este sitio donde siento que la gente me recibió de muy buena manera.


Comí unos tallarines con pollo por 10000 guaraníes y arranqué a caminar por todos los lugares cercanos. Bajé para el río que estaba cerca, fui para las calles del costado, para arriba, la izquierda y la derecha prácticamente en círculos. La gente con la que hablaba se mostraba muy amable y muchos me preguntaron qué estaba haciendo viajando por ahí. Ya saben qué respondía yo. Así fue durante un par de horas y volví a la terminal para retornar a Posadas con la luz del día y poder conocer esa ciudad también.


El colectivo de vuelta se superpobló de gente que va y vuelve haciendo compras del lado paraguayo. Uno va encima del otro con cajas y bolsas gigantes llenas de cosas, en su mayoría supongo que para revender del lado argentino a mayor precio. Resulta muy interesante y atractivo ver tal espectáculo. Claro está que el cruce de aduana es un descontrol en esa vuelta. A su vez, me parece que esta es la frontera más rápida pero desastrosa en la que he estado.


Posadas vista desde Encarnación
Vuelvo a Posadas y, ahora sí, voy para el centro de la ciudad preguntando por dónde llegar. La plaza central es realmente una hermosa maqueta parecida a Spectre, el pueblo semi-imaginario de "El Gran Pez". Jamás me hubiera imaginado que Posadas fuera tan linda, al menos en esta parte. La gente es igual de amable que en la mayoría de lugares donde estuve. Hasta me ofrecieron un trabajo de comprar dólares para un local de teléfonos. Yo, como siempre, confié y me mostré interesado. Era para que pudieran ir con dólares al lado paraguayo a comprar celulares pero finalmente no lo hice porque no tenían más plata para cambiar. Mi carrera de arbolito terminó sin haber ni siquiera empezado.


Después de estar en la plaza un rato largo tomando unos mates con chipá, caminé con destino a la costanera antes que cayera la noche. Bajo unas siete cuadras y al llegar y enfrentarme cara a cara con el río me senté. Ahí me quedé alrededor de una hora tan solo viéndolo. Esta costanera es realmente hermosa. El Paraná está inmóvil y no corre una brisa. Parece un inmenso e interminable lago. Desde lo más profundo del río me llega una energía muy grande que me hace acordar de estos versos...

Soy de la orilla brava, 
del agua turbia y la correntada,
que baja hermosa 
por su barrosa profundidad

Soy un paisano serio, 
soy gente del Remanso Valerio
que es donde el cielo 
remonta vuelo en el Paraná

El Paraná de Posadas
Cuando abandoné la costanera y empecé a subir de nuevo ya casi había caído la noche, así que volví al casco céntrico para dar una última recorrida por esta lindísima ciudad, la cual recomiendo absolutamente para ir a conocer. Además, está a las puertas de nuestra maravilla natural del mundo (a 300 km. de las Cataratas del Iguazú), y de paso para las Ruinas de San Ignacio y la selva misionera. Esta ha de ser una de las más lindas provincias que tenemos.


Un colectivo urbano me hizo dar un último paseo y me depositó en la terminal de Posadas nuevamente, donde había arrancado la aventura de este gran día. Hablando de aventuras, se está por terminar mi estadía en el Litoral. Los días transcurridos en estos pueblos han sido increíbles. En algunos momentos estuve solo y sin saber qué hacer; otros, estuve muy bien acompañado y asegurado, pero siempre haciendo mi viaje a mi manera. Creo que todo el tiempo tenemos las cosas delante de nuestros ojos: mientras más las veamos, más las vamos a saber disfrutar. El dejarme llevar por las experiencias y situaciones más fuertes es lo que mejor me ha hecho sentir en estos momentos de viaje. Estas vivencias únicas son las que nos brindan los lugares y la gente... esa es la mejor adrenalina y la que nos da las más grandes satisfacciones al cumplir los objetivos.


Sigo hacia otros rumbos y ahora me espera la provincia de Formosa. Para seguir haciendo un poco más de vida de familia voy a lo de mis tíos y primos que viven allí. Conseguí el pasaje alrededor de las 22 hs. Tenía tiempo de sobra así que, sin ningún apuro, comí y eso fue lo que me dio el tiro de gracia: hasta la hora de partida me dormí ahí, vencido, en los bancos de la terminal.

lunes, 2 de abril de 2012

Santo Tomé - Sao Borja

Ya el nuevo día me encuentra con el cuerpo destruído y, medio entre sueños, veo por la ventana a la noche oscura. Estoy viajando por el Litoral, donde yo quería llegar, hacia el interior de la provincia de Corrientes, la tierra del sol y el buen mate, donde el viento de los ríos arremolina la tierra colorada, mezclándose con un chamamé.

A las 5 de la mañana pongo los pies en Santo Tomé, la llamo a mi prima Sandra y vamos para su casa por un desayuno express. Después de eso no hay otra opción más que tirarse en la cama a descansar hasta el mediodía.

Los días del fin de semana acá transcurren tranquilamente, entre tardes de caminatas y mates, conociendo gente por todos los lugares donde me lleva mi prima. Casas de amigos y amigas y una excelente peña llena de zambas, chacareras y chamamés. Además, como siempre, recorrimos el boliche y el pub del pueblo, llenos de gente y jóvenes estudiantes de todo el Litoral, y además algunos brasileros.


Santo Tomé tiene facultadas de Medicina y algunas Ingenierías, entre otras carreras, lo que lo hace un pueblo con mucha gente joven y mucho movimiento. A los brasileros también les conviene venir: está sobre la frontera, relativamente cerca de muchas ciudades grandes del país vecino, y acá es mucho más barato para ellos por el cambio con el real. Pude ver y conocer varios de ellos que eligieron Santo Tomé para estudiar y vivir.

Después de muchas horas de peñas, boliches y pub, en la tarde del domingo vamos a conocer la costa del gran Río Uruguay. Para llegar vamos caminando con mi prima por las calles del pueblo, después nos metemos en tierra colorada y un sector semiselvático que rodea al río. Llegamos con el atardecer para sentarnos a tomar unos mates en la orilla. No es tan ancho y majestuoso como el Paraná pero también es imponente y realmente hermoso a la vista. Al frente, del otro lado, se avista Brasil, el gigantesco e interminable de Sudamérica, y ya me gustaría cruzar nadando y seguir viaje por allá, para cualquier lado.



El Río Uruguay

En definitiva, viendo el río vuelvo a tomar dimensión de la naturaleza y me pongo nuevamente en "estado de viaje", esa sensación extraña y profunda de libertad que quiero tener siempre. Me gustaría poner una carpa ahí y pasar meses. Los mosquitos son hambrientas aves de rapiña y la humedad no deja correr una brisa, pero no importa.

Costa del lado brasilero

Haber visto el Río Uruguay me sirvió de empujón emocional para seguir con mis objetivos de este viaje que, hasta ahora, es muy extraño e incierto, como ningún otro antes. Y se disfruta mucho de esto, de conocer absolutamente todo lo que esté acá y ahí, más o menos cerca o lejos, esperando que nosotros lo conozcamos.

Al día siguiente me voy a pasar la mañana y la tarde a Sao Borja, primera ciudad del lado brasilero. Tomo un remís hasta el puente frontera y, luego de hacer los trámites correspondientes, el gendarme me dice que, si no tengo vehículo, no tengo como ir hasta el pueblo ya que está a 15 kilómetros de ruta, y colectivos no hay sino dos o tres veces por día. No me había terminado de decir eso cuando apareció un auto manejado por otro gendarme, que me vio y me dijo: "subí, vamos", y me llevó justo hasta el centro de la ciudad, donde yo quería ir. Era misionero pero trabajaba hacía varios años en esta frontera.


Empecé a caminar por todos lados conociendo la ciudad, una ciudad normal que tiene el ritmo habitual de una ciudad fronteriza. La gente habla un portugués cerradísimo y yo no entiendo una reverenda... palabra. Intento hablar con mucha gente preguntando cosas pero es imposible. Imposible. Sólo señas universales, números y lugares comunes son las cosas que entiendo. Evidentemente no tengo buen oído para el portugués y la gente acá no está acostumbrada a los turistas o viajeros argentinos, por lo que no se saben manejar en portuñol, que es cuando se mezclan cosas de ambos idiomas para facilitar el entendimiento.


Comí un menú variado por 10 reales en un bar (porque lo había leído en un cartel) y después seguí recorriendo un poco. Me senté en la plaza a descansar un rato largo, pensando en nada y viendo a la gente.



Plaza de Sao Borja - Brasil

Para la hora que tenía que empezar a volver, no tenía cómo porque no había colectivos y un taxi cobraba muy caro: 25 reales que no pensaba pagar y que prácticamente no tenía. Después de preguntar un poco, nadie me sabía decir si había colectivos a la frontera, así que empecé a caminar para la ruta, con la idea de llegar al puente o que algo me salve. Eran 15 kilómetros y yo tenía 5 reales en el bolsillo. Me compré un agua para poder seguir viviendo y mi capital de moneda brasilera se redujo a 3,50. Es pleno marzo y el verano todavía se hace sentir acá.

Cerca de la rotonda de salida llego a un lugar donde arreglaban electrodomésticos viejos. Atrás de un pequeño mostrador se veían pilas de lavarropas, cocinas y demás. Trato de explicarles mi situación a los dos tipos que estaban ahí y que, como todo brasilero, no paraban de reirse. Les pido un poco de agua y me la alcanzan en una botellita. Me dicen que quizás enseguida pase el colectivo así que me quedo a esperar ahí mismo. Parecían muy buena gente, como todos los que pude conocer.


En eso llega un tipo en una moto y los dos del local empiezan a decirle que yo estaba viendo si pasaba el colectivo al puente, o algo así le deben haber dicho. Resultó que era una mototaxi, común en el pueblo, y ofrecía llevarme a la frontera. El diálogo fue el siguiente: ¿Por cuánto, maestro? Le digo en mi cordobés-portugués. 10 reais, me dice. Tengo 3,50, le respondo. Ocho, me dice. Gracias pero tengo 3,50, le vuelvo a decir mostrándole las tristes monedas. Vamos, me responde. Me da el casco, me lo pongo y subo. Gracias a este amigo brasilero que me llevó, casi por pura bondad, pude llegar al puente en una moto y volver al lado argentino. Volví hasta Santo Tomé con otro brasilero que conocí en la frontera.

Llegada la noche, la última que iba a pasar ahí, mi despedida de este pueblo correntino fue en un cumpleaños de una amiga de mi prima, después de haber sacado el pasaje a Posadas para las 9 de la mañana del otro día. Resultó que el cumpleaños se prolongó de más y estaba pasando un gran momento con la gente que ahí conocí. No quería irme a dormir y se hicieron las 6, las 7 y las 8. Así que directamente y, pudiéndome recomponer un poco, armé las cosas y me tomé ese colectivo después de saludar y agradecer a mi prima por los días allí transcurridos.

Me voy a Posadas, me voy a la provincia de Misiones. La pasé muy bien en este pueblo pero ya debo partir, una vez más, hacia donde yo quiera y el tiempo me lleve. En este momento, viajando por el Litoral, por los campos de yerba, choclo y en tierras coloradas, me acuerdo del gran Luis Alberto Spinetta que, en ese lugar y desde algún lugar, me canta:

Yo vine y no traje nada,
y lo mejor me llevé...
Porque ella es la flor más linda,
la de Santo Tomé.
Si es que se agita mi canción,
ya tiene dónde ir.
Río no traigas las sombras,
dulce río de amor...
La pena nos hace sauce
que no lloró.
Yo vine y no traje nada,
y lo mejor me llevé...
Ya que ella es la flor más linda,
la de Santo Tomé.