jueves, 7 de febrero de 2013

Comarca Kuna Yala, alucinante

Habíamos llegado a Ciudad de Panamá el día anterior por la tarde provenientes de la isla de San Andrés, y el aire de una capital ya se sintió distinto en la atmósfera cuando llegamos. Ese smog que pesa como 50 kilos en la cabeza y la espalda, y que no se escapa de ninguna de las ciudades grandes del mundo.

Panamá me sorprendió por lo ultradesarrollado y vanguardista que aparenta ser a primera vista. Muchos autos último modelo (pero no tan último porque la mayoría son traídos de la yanquilandia), la gente que consume lo ultimísimo en tecnología, pero que sin embargo prácticamente no lee, según después nos contaron. Edificios demasiado modernos (comparados a los que yo había visto en mi vida) que se observan desde lejos cuando uno va entrando por el lado de Tocumen, mientras se bordea el Oceáno Pacífico.


Cinta costera - Ciudad de Panamá
Llegamos, nos instalamos y salimos a recorrer una parte de la ciudad caminando, hasta la cinta costera. Agradable y tranquilo (porque era domingo). A la noche nos juntamos a comer con unos amigos de mis viejos cordobeses que hace mucho tiempo viven ahí. Ellos ya sabían que al día siguiente, bien temprano, nos íbamos hasta la Comarca Kuna Yala a pasar una noche allá, al norte del país, sobre el Mar Caribe y en el Archipiélago de San Blas. Así que ellos, conocedores, nos contaron mucho acerca de aquello con lo que nos íbamos a encontrar. Yo ya me preparaba física y espiritualmente, presentía y sabía que no se venía algo liviano.

En Panamá, la "cuestión indígena" es muy fuerte y su presencia e influencia pesa mucho, incluso hasta en el imaginario mismo del occidental. Eso, supongo, es difícil de ver en Sudamérica. Asimismo, el "nativo" también está bastante occidentalizado (eso sí es fácil de ver en Sudamérica, y creo que es precisamente el motivo por el cual es más resistido). Por lo que nos contaron, conservan mucho de su cultura y costumbres, pero son comerciantes y especuladores al extremo, y es su manera de manejarse con el resto de la gente y entre ellos. Incluso muchos han terminado viviendo en las ciudades grandes. ¿Kusch y la América Profunda? ¿Consecuencias de la aculturación?

Gran parte de este país está compuesta por comarcas indígenas (son "provincias", pero totalmente indígenas y mucho más formalizadas y evolucionadas a niveles institucionales respecto a la idea que nosotros tenemos de "comunidad indígena", al menos en Argentina), sobre las cuales ellos ejercen un gran control y soberanía política y, sobre todo, económica. Cada una de ellas también tiene representación en el Congreso Nacional.

Nos pasaron a buscar a las 5 am y partimos hacia algo muy desconocido para mí, y por ese mismo motivo sentía una de las emociones más hermosas que se puede tener.

Mientras amanecía paramos a desayunar al lado de la ruta, y ya los primeros rayos mostraban un paisaje de distintos tonos de verde. Estamos camino al Tapón del Darién, la selva "impenetrable" en la frontera entre Panamá y Colombia, y a la que le echan la culpa de que estos dos países, y por ende Sudamérica y Centroamérica, no estén unidos por tierra. Varios kilómetros más allá, la ruta simplemente termina, pero después nos dijeron que hay algunos caminos exclusivos no habilitados al tráfico (de gente común que quiere viajar). Sin embargo, la verdad es que es una decisión de Panamá al no querer tener contacto con todo lo que hay en torno a la guerrilla colombiana en la selva. Sospecho que la espesura del Tapón le viene como anillo al dedo a Panamá.

Antes de seguir directo al Darién, desviamos al norte y arrancamos la trepada furiosa por lo que vendría a ser la "cordillera panameña". Es un pronunciado pero no muy elevado cordón montañoso y selvático que se posa de oeste a este, entre medio de los dos mares, que acá a están a una distancia de entre 80 y 100 kilómetros uno de otro, la menor distancia en todo el continente.


Selva y sierra panameña - Comarca Kuna Yala

Después de un par de horas y casi dos millones de curvas entramos a territorio de la Comarca Kuna Yala. En este momento a cada visitante le cobran 6 dólares y sin pasaporte no se entra. Los muchachos no dan puntada sin hilo en sus tierras, y a primera vista parecen ser amables y receptivos. Inmediatamente se avista el Mar Caribe desde lo alto de la sierra, y hacia allá iniciamos el descenso.

Estamos por entrar directamente al Archipiélago de San Blas en el Mar Caribe, y allí, en ese lugar cuasi "amazónico", los kunas se convierten inmediatamente en tus guías, primero en la lancha que se mete por el río hasta llegar al mar, y después por cada una de las islas a las que va llegando. En total hay más de 300, 40 habitadas por alrededor de 50.000 personas.


Para el archipiélago

Antes de subir a la lancha nos habían comentado de una costumbre que tienen los kuna. Sinceramente desconozco si alguna otra comunidad lo hace, pero yo supongo que si. Cuando a una niña kuna le viene su primera menstruación, los muchachos pegan una fiesta de 5 días entre todos los de esa isla y los que se quieran sumar de las islas vecinas. Y cuando digo fiesta, doy fe de que lo digo en serio.


Isla Cartí
El lanchero nos comentó que justo en ese momento estaba habiendo una en una isla cercana, que iba por el cuarto día. Sin dudarlo, allá fuimos. Navegamos el serpenteante río hasta llegar a territorio del mar. Se empezaron a ver islas por todos lados en el horizonte. En un rato nomás, llegamos a la Isla Cartí, donde era la fiesta de la pubertad. Atestada de ranchos bajos hechos de paja y hojas de palma, entremedio de todo eso hay senderos internos que dan la sensación de llevarte hacia el más allá. Sale gente de todos lados y te saludan, nosotros tratamos de saludarlo en su idioma, pero algunos también hablan español. Íbamos con cuatro suecos que hacían chilenita tratando de entender algo, algo de todo eso.

Nos habían dicho que era un código importante el no sacarles fotos y que respetemos eso. De todas maneras a mí no me interesaba eso en ese momento. Llegamos al lugar de la fiesta del "primer Andrés", había música y gritos por todos lados. No sabíamos con qué nos íbamos a encontrar. Yo a esta altura esperaba absolutamente cualquier cosa. Eran las 9 de la mañana del cuarto día. Entré, y nunca había visto nada parecido...
(continuará en parte 2)