"Las distancias están para ser recorridas", dijo un amigo y compañero. Las distancias están para expandir la mente hacia lo que está en un terreno potencial de desarrollo del ser, hacia un terreno que pertenece al desarrollo real, actual e histórico de otros seres que habitan esas tierras por explorar. Las distancias no requieren ser analizadas, ni estudiadas, ni medidas, ni nada... solo requieren ser recorridas.
El recorrer las distancias te pone en otro lugar simbólica y espacialmente hablando, desde el cual automáticamente uno se encuentra en nuevos escenarios, y se perciben las estructuras de "la realidad" desde nuevos puntos de vista y desde nuevos contextos.
La gente es otra, los espacios físicos son otros, la realidad que uno vive se torna diametralmente opuesta de la que día a día se rodea en la cotidianeidad y rutina de los días de la vida. Eso también nos pone en un escenario mental nuevo, apasionante e inesperado en las características particulares de cada lugar alcanzado por medio de las distancias.
El "valor" económico
Comparado con este proceso de transformación mental que va viviendo la mente, el alma y posiblemente también el cuerpo, en conjunto con la gente y los lugares con los que uno se va encontrando, y determinado por todos ellos en una "revolución gradual de las percepciones", el valor económico que tiene o puede tener un viaje adquiere un obseno segundo plano y puede ser hasta denostado y considerado inútil.
El mito de la necesariedad de la plata para viajar es cierto para quien lo quiera creer. La plata te puede llevar en un avión a determinado lugar, pero no te va a servir para conocer a la gente de ese lugar. Los lugares y los paisajes no te van a cobrar para que los veas, explores y percibas. Salvo lugares de acceso privatizado y para el que hay que pagar una entrada; pero aún así, el proceso interno del conocimiento, del contacto y transformación de las percepciones provocado por un lugar que no es el nuestro, ese maravilloso y grandioso proceso del viajar, es gratis.
Conocer otro país, u otro lugar dentro de los límites de Argentina, es más que recorrer la distancia que lo separa del nuestro, es más que señalar en el mapa que estamos en un pedazo de tierra que no es aquel del cual nosotros provenimos. Al recorrer esa distancia, que está para ser recorrida, uno adquiere otra dimensión mental y se da cuenta de que un país es mucho más que un pedazo de tierra, es más que un sitio diferente al nuestro en un mapa, es mucho más que un lugar con otro nombre.
Un país es su gente, son sus formas de vida y estructuras sociales, es su grandeza determinada por sus características únicas, es sú música, su historia, sus comidas y bebidas, su organización sociopolítica y económica, además de sus espacios físicos, paisajes y disposición geográfica y geopolítica. Conocer un país es conocer eso, y conocer esas dimensiones de un país, en ese proceso intrínseco de internalización y expansión de la mente y el alma por medio de "lo distinto", es gratis.
Viajamos así porque no sabemos viajar de otra manera
Al pretender viajar evitando el lujo, gastando lo menos posible y de las formas más sencillas, sin tener nada en claro, improvisando, comiendo lo que haya, etc. no queremos "escapar del sistema" ni "ratonear", tal como se suele decir a través de esas frases hechas y reproducidas que no dicen mucho, son banales y ya están muy trilladas. No, nosotros queremos, más que nunca, conocer ese "sistema", meternos en él pero desde el otro lado, aquel que es el mayormente ignorado y avasallado por la historia y por el verticalismo del poder económico. Tan simple como eso.
Por más que ya jamás nos podremos liberar del todo de las deshumanizantes categorías del mercado, en las que hemos sido criados, y en los más o menos diferentes contextos en que nosotros hemos crecido, queremos demostrarnos que no es necesaria la plata para cumplir grandes objetivos y "ser felices", y que realmente el mundo está patas para arriba con respecto al que nos suelen mostrar en algunos libros y medios de comunicación, o el que exhiben desde los sectores hegemónicos.
Queremos sentir algo de lo que siente la gente que conoceremos en el camino, ellos que realmente son la esperanza de la humanidad, los que claman por posibilidades y los únicos que saben ser realmente felices. Queremos serles útiles de alguna manera, quiero ir despojándome, "desnudándome" de a poco y expandir la conciencia para encontrar formas de canalización del espíritu y formas de luchar por cambios estructurales.
Si en algo de todos estos preconceptos, predisposiciones y/o prejuicios estoy equivocado, cosa muy probable, sé que el viaje me lo corregirá una y otra vez delante de mis ojos, hasta que realmente aprenda que las respuestas correctas están siempre al costado, en la misma línea nuestra, en el pueblo, en los pueblos, en los que menos tienen, en los "nunca escuchados".
Queremos solamente viajar, con todo lo que de eso se derive o se vaya a derivar, sin saber bien a dónde ir, sin saber qué vamos a comer, pero sabiendo que tenemos todo lo que le hace falta a una persona para poder vivir en el sentido humano: otras personas al lado de manera permanente y aire en los pulmones. Lo demás, veremos en el camino. Y si alguna vez nos preguntan por qué viajamos, diremos solamente, sin vacilar un segundo, "viajamos por viajar".
martes, 27 de julio de 2010
jueves, 22 de julio de 2010
Soy de aquí y soy de allá
Soy de aquí y soy de allá. De una Sudamérica siempre incipiente, de una tierra siempre viva, de luces, sombras, colores de identidad y dobles verdades. De un suelo amado... limpio o sucio, bajo o alto, verde, rojo, amarillo o negro, pero siempre amado.
Si alguna vez andando me encuentro con ella, no dejaré de verla y recibirla, de escucharla y hablarle, de caminar por sus senderos, de oler sus árboles, de comer sus comidas y tomar sus bebidas, de perder mis ojos en algunos de sus ocasos, o alguna de sus mujeres, y abrirlos en alguno de sus amaneceres, cuando la tierra me acaricie y por las piedras y las aguas aparezca el sol.
Cuando viajando la encuentre no dejaré de apollar mis rodillas en ella, de sentir mis manos en sus montañas o arenas, en sus plantas o bosques, ni en sus aguas y su aire. No podré evitar abrazar su gente, sus países, escuchar su música, lavar mi cara con sus rayos de cultura.
Allá habremos de ir otra vez a oler la pulcritud o el hedor, a navegar por cósmicas realidades en complicidad con subyacentes galaxias inexploradas. Allá tendremos que ir y encontrar lo que no se espera, a tocar lo intangible, a sentir el sabor de lo salado, lo dulce y lo insípido, a respirar los aires que llenan los pulmones de aparentes mezclas de mundo real o superfluo, onírico o sensorial. El tiempo es hoy, nada será eterno.
De grandes y fríos mares occidentales, de humectales centrales y septentrionales, de montañas y desiertos tan omnipresentes e infinitos como las almas que en un puño apretado se unen orgullosas, en vastos espacios y horizontes verticales, en sublimes tierras de libertad.
Soy del sur, del norte, del este y el oeste; y si el sudeste clama, lo soy tanto como del sudoeste, del noreste y el noroeste. Soy de acá y soy de allá, del alma de Argentina; desde Ushuaia a Cartagena de Indias y la Península de Guajira; desde Pernambuco y Salvador a Chiclayo, Cuenca y Punta Arenas; desde Montevideo a Bucaramanga y Medellín, pasando por Asunción, Potosí y La Paz; desde Salta y Jujuy a Caracas y Maracaibo.
Soy de los Incas, de los Wichis y Mapuches. Soy de Bolívar, San Martín y Belgrano; De Túpac Amaru y Guevara; de Machu Picchu, de las Cataratas del Iguazú y de la Selva Amazonas; de las Minas de oro de Potosí y del Cerro Aconcagua. Soy del Titicaca. Allí el viento siempre sopla alto, libre y bueno, también soy de la Cordillera de los Andes, de Malvinas y del Glaciar Perito Moreno.
Soy de un Cusco de madera balsa y un Perú enorme, de un Chile amalgamado, de una Bolivia transversal y genuina, de una La Paz inconmensurable, de un Paraguay sonoro y diacrónico, de un Brasil hiperquinético y una Río clásica y mundial, de una Venezuela y Ecuador múltiples, de un noble Uruguay, de una Colombia límpida y cálida y, sobre todo, de una Argentina eterna e infinita.
Soy de cada provincia, de cada cerro, cada valle y cada río, de cada ser y cada kilómetro, de cada soledad y cada compañía. Siempre vivo, siempre nuevo. Que no nos engañen otra vez al querer expropiarnos de las mieles de nuestros panales. Miro en la profundidad una esfervescente vida que será ya propia, ya en la ruta y viajando, ya transparente y ya al fin libre... ya al fin libre.
Si alguna vez andando me encuentro con ella, no dejaré de verla y recibirla, de escucharla y hablarle, de caminar por sus senderos, de oler sus árboles, de comer sus comidas y tomar sus bebidas, de perder mis ojos en algunos de sus ocasos, o alguna de sus mujeres, y abrirlos en alguno de sus amaneceres, cuando la tierra me acaricie y por las piedras y las aguas aparezca el sol.
Cuando viajando la encuentre no dejaré de apollar mis rodillas en ella, de sentir mis manos en sus montañas o arenas, en sus plantas o bosques, ni en sus aguas y su aire. No podré evitar abrazar su gente, sus países, escuchar su música, lavar mi cara con sus rayos de cultura.
Allá habremos de ir otra vez a oler la pulcritud o el hedor, a navegar por cósmicas realidades en complicidad con subyacentes galaxias inexploradas. Allá tendremos que ir y encontrar lo que no se espera, a tocar lo intangible, a sentir el sabor de lo salado, lo dulce y lo insípido, a respirar los aires que llenan los pulmones de aparentes mezclas de mundo real o superfluo, onírico o sensorial. El tiempo es hoy, nada será eterno.
De grandes y fríos mares occidentales, de humectales centrales y septentrionales, de montañas y desiertos tan omnipresentes e infinitos como las almas que en un puño apretado se unen orgullosas, en vastos espacios y horizontes verticales, en sublimes tierras de libertad.
Soy del sur, del norte, del este y el oeste; y si el sudeste clama, lo soy tanto como del sudoeste, del noreste y el noroeste. Soy de acá y soy de allá, del alma de Argentina; desde Ushuaia a Cartagena de Indias y la Península de Guajira; desde Pernambuco y Salvador a Chiclayo, Cuenca y Punta Arenas; desde Montevideo a Bucaramanga y Medellín, pasando por Asunción, Potosí y La Paz; desde Salta y Jujuy a Caracas y Maracaibo.
Soy de los Incas, de los Wichis y Mapuches. Soy de Bolívar, San Martín y Belgrano; De Túpac Amaru y Guevara; de Machu Picchu, de las Cataratas del Iguazú y de la Selva Amazonas; de las Minas de oro de Potosí y del Cerro Aconcagua. Soy del Titicaca. Allí el viento siempre sopla alto, libre y bueno, también soy de la Cordillera de los Andes, de Malvinas y del Glaciar Perito Moreno.
Soy de un Cusco de madera balsa y un Perú enorme, de un Chile amalgamado, de una Bolivia transversal y genuina, de una La Paz inconmensurable, de un Paraguay sonoro y diacrónico, de un Brasil hiperquinético y una Río clásica y mundial, de una Venezuela y Ecuador múltiples, de un noble Uruguay, de una Colombia límpida y cálida y, sobre todo, de una Argentina eterna e infinita.
Soy de cada provincia, de cada cerro, cada valle y cada río, de cada ser y cada kilómetro, de cada soledad y cada compañía. Siempre vivo, siempre nuevo. Que no nos engañen otra vez al querer expropiarnos de las mieles de nuestros panales. Miro en la profundidad una esfervescente vida que será ya propia, ya en la ruta y viajando, ya transparente y ya al fin libre... ya al fin libre.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)