Los años transcurren infinitamente, el sol sigue saliendo, subiendo por millones de ventanas que se dejarán penetrar suavemente en sus rejas, entibiándose lentamente con los rayos cada día, hasta caer la tarde. El tiempo se sucede yuxtaponiéndose. Creciendo. Quedarán por allí amores intensos, personas entrañables, referentes admirados, sentimientos eternos que duran solo semanas, meses, o años.
Pero ahora es el tiempo presente, suave e inapelable como un vívido sueño, que no nos deja resquicio ni opción posible: la única verdad está en el momento en que estás, como ya dice la canción. Aunque después se pueda intentar volver una y otra vez a ese instante, la verdad ya será otra, solo las formas del amor pueden atravesarlo todo una sola vez y de alguna manera perdurar, para después, quizás, tomar nuevos rumbos. ¿Quién tiene la receta para sentir? ¿Dónde está la escuela en la que me enseñaron a vivir?
Por eso es que uno siempre vuelve a aquellos lugares donde amó la vida, por eso es que tenemos la necesidad (y la posibilidad, la cual se deviene de esa necesidad) de viajar una vez más, de irnos un tiempo a lugares llenos de todo, de arriesgar la vida siempre un poco más, esa vida llena de una existencia tan finita y contundente que no da muchas segundas oportunidades como para darse el lujo de no jugarse la vida por algo, o pretender no dejar nada aquí.
Pondremos en juego nuestra existencia misma, nuestras formas de amor, felicidades y tristezas: extrañaremos, olvidaremos, disfrutaremos, nos angustiaremos, volveremos, pero ahora simplemente haremos lo que queremos hacer: viajar.
Continuará...