Una vez más, nos levantamos con un sueñaso y nos fuimos a tomar el colectivito para La Paz a las 8 de la mañana. Queríamos quedarnos un día más en Copacabana pero nos enteramos de la joda que había después de sacar los pasajes. El camino alrededor del gran Titicaca fue espectacular y hasta cruzamos una parte en ferry.
Llegamos muy cansados y el quilombo y lo impresionante de La Paz ya no nos sorprendió tanto. Con la altura ya no nos pasa absolutamente nada. Un leve ahogo nomás, pero no pasó nunca a mayores.
Como estaba muy despejado, al ir bajando desde El Alto y ver la terrible vista de la ciudad, pudimos ver al fondo, arriba, todo el nevado Illimani, de más de 6000 metros. Muy imponente.
Fuimos en taxi hasta la terminal central por 13 bolivianos, con otras dos porteñas que habíamos conocido en el colectivo, y sacamos pasaje a Potosí para esa misma tarde a las 8:30. Va a estar muy bueno conocer esta ciudad, de una tremenda historia que afectó a toda la historia misma de América y el mundo.
Esas chicas porteñas, que ni me acuerdo cómo se llamaban, se fueron creo que para Santa Cruz de la Sierra. Esa gente compañera de viaje que está en la misma que vos y te cruzás con ellos en determinado trecho del viaje y de tu vida, y muy probablemente nunca en tu vida los vuelvas a ver. Vale recordarlos, y eso estoy tratando de hacer ahora.
Comimos en un barcito muy bueno y barato cerca de la terminal y a la tarde nos echamos en la plaza central a hacer tiempo. Después, una última recorrida a esta ciudad que no dejó de sorprenderme.
Por último, compras de algunas boludeces y a Potosí. Salimos y abandonamos la ciudad de noche, viéndola totalmente iluminada e infinita desde El Alto.
Allá vamos, ya en plena vuelta pero sin saciar nunca las ganas de conocer más de nuestra mayúscula América.
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