miércoles, 11 de diciembre de 2013

Patagonia, palabra fuerte

Hay lugares cuyo nombre tienen una fuerza propia, un halo especial, y que los definen sin necesidad de mayores explicaciones. Y es así porque son la definición semántica de su magnificencia y de las características que lo hacen único y sublime.
Amazonas, Himalaya, Sahara, Patagonia, etc. Son ejemplos importantes. Ahí estábamos nosotros, en un camión, EL camión de Marito, que justo iba para donde íbamos nosotros (Ruta 3 por la costa), entrando a la gigantesca Patagonia mucho antes de lo pensado e incrédulos con nuestra propia suerte.

Marito iba hasta Comodoro Rivadavia, así que ese mismo día podríamos haber estado ahí. Pero, para poder conocer un poco más e ir más tranquilos, decidimos quedarnos en Puerto Madryn. Así fue que cruzamos rápidamente dos fronteras. Entramos a Río Negro, dormimos en la carpa al lado del camión en General Conesa, e inmediatamente seguimos arrasando con los kilómetros patagónicos hasta entrar en provincia de Chubut.




El paisaje acá ya cambió definitivamente. Eternos kilómetros de lo que podría ser denominado como "nada". Entiéndase, inexistencia de "algo" que no sea ese pequeño arbusto duro y seco, que durante horas y horas se pierde en el horizonte de la estepa.

Llegamos a Puerto Madryn y, después de que nos lleven hasta el centro de la ciudad, me sorprendió lo linda que es. Custodiada por un azul Mar Argentino, se extiende sobre el Golfo Nuevo. La Península Valdés, además (a la cual lamentablemente no pudimos ir por cuestiones de tiempo y movilidad), le corta todas las corrientes de mar abierto. Por eso en todo Madryn prácticamente no hay nada de oleaje.

No es época de ballenas, pero igual vale la pena conocer todo esta zona. Nos quedamos dos noches en el camping del ACA, muy bueno y recomendable, cerca del monumento "del Indio", desde donde podíamos tener una gran postal de la ciudad y del mar.

Acá el clima patagónico ya se hizo sentir. Vientos fríos y muy fuertes. Sol que quema de día y helado a la noche. Sin embargo, pude comprobar que lo más importante es cortar bien el viento. He ahí la clave para equilibrar el termostato y no pasarla mal en esta parte de la Patagonia.

El día anterior a irnos hicimos una eterna caminata de unos 15 kilómetros por la costa, para el sur y para un lugar que se conoce como Punta Loma. En el camino vimos una ballena muerta encallada en la playa y llegamos hasta unos enormes médanos y un faro. Excepcional lugar.



Ahora sí, llegó la hora de partir de nuevo, de seguir hacia otros objetivos. Al día siguiente salimos hasta las afueras de la ciudad en colectivo urbano y fuimos hasta el camino que desemboca en la Ruta 3, a unos 10 kilómetros, los cuales eran imposibles de caminar con todas las cosas. En 5 minutos nos levantaron y nos depositaron de nuevo en la ruta.

Y ahí fuimos, a la YPF del ingreso a probar suerte. Durante casi dos horas la ruta nos mostró los dientes de una manera importante. No pasaba nada. Pero yo a Nacho, a eso de las 8, le había dicho que antes de las 11 algo iba a pasar. Se acercaba el mediodía y el sol quemaba la cara (la gorra me salvaba la pelada). No pasaba nada.



Nadie frenaba y, de los autos y camiones que les preguntábamos, nadie podía ni quería. Sin embargo, a mí me llamó la atención que uno de los camioneros lo dudó demasiado. Yo lo dejé ahí y seguimos buscando. Nacho era el encargado de la ruta, yo de los que estaban en la estación.

Íbamos a Comodoro Rivadavia (allá nos esperaba nuestro amigo el Negro Pertile), y el que va para el sur indefectiblemente pasa por ahí porque en el medio no hay nada, solo Trelew y Rawson. A las 10:50, el "camionero dudoso", un gordito bien gringo, desde lejos nos hace la seña de "vamos". Con una emoción inigualable empezamos a correr con las cosas (como si el camionero se fuera a ir) a la velocidad a la que camina una anciana.

El tipo estaba con un compañero de la empresa. Eran dos Scania, camión jaula, de los que llevan autos. Como no tenían lugar en las cabinas, pusimos las cosas en la caja de una de las Saveiro O km. que llevaba Fuimos uno en cada uno camión, encima a puro mate y criollos, viendo de nuevo la Patagonia desde las alturas. Allá vamos, Comodoro.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Sur

“Si el camino es duro, vas en la dirección correcta”, dijo una vez Marley (claramente Bob). Más o menos así fue desde un principio en este viaje que emprendimos rumbo a lo desconocido, a nuestra manera. Como siempre, pero con un importante cambio en la brújula. Ahora todo apunta al sur, a nuestra gigantesca Patagonia Argentina, donde dicen que hay un lugar con una casa y diez pinos, lejos del ruido infernal de la ciudad, del humo y la soledad.

Mochilas cargadas, quizás bastante, pero siempre con fuerzas y listos para salir, seguir, llegar y seguir. Convencidos.

Este viaje me encuentra en un momento personal distinto a los anteriores, con muchas cosas nuevas en la cabeza y el corazón, y con otras tantas que sigo ignorando, pero en definitiva de eso se trata. Lo que jamás cambió fue ese espíritu aventurero, esa necesidad incontenible de estar frente a la gente y frente a diferentes paisajes. Ese incansable amor por la ruta y por la hermosa incertidumbre que ella te da.

El objetivo: llegar a Ushuaia, la ciudad más sureña del mundo, por tierra ida y vuelta. A dedo lo más que se pueda. A la ida por la costa argentina, de regreso por la “mágica ruta 40”. No esperan algo así como 3400 kilómetros (solo de ida) hasta nuestra meta, el fin del mundo (o, como me gusta decirle a mi, el principio de todo. El decirle “fin del mundo” implica que al mundo se lo interpreta siempre desde el norte hacia el sur, o considerando siempre el sur en función del norte, y eso ya me da mala espina, me huele a “discurso ideológico encubierto”).

Sin embargo, también cada día y cada avance será un objetivo en sí mismo. Cada lugar también. Sabemos que la distancia es mucha, pero eso claramente no nos acobarda.

Viernes 22 de noviembre. Llegó el día indicado, el día D. Costó llegar a ciertos “arreglos” con los respectivos trabajos, pero ya está. Dejamos mi Unquillo y mi Córdoba queridos. Salimos con el amigo Nacho hasta Río Cuarto en colectivo, como para darnos un primer envión inicial, y ya esa tarde fuimos a las afueras de la ciudad a hacer dedo para seguir. Es difícil salir de las ciudades grandes, por eso decidimos ir en colectivo hasta Holmberg, primer pueblo pasando Río Cuarto.

Después de esperar más de una hora, nos llevó un tipo que iba solo en su camioneta hasta Vicuña Mackenna. Primera gran señal de lo que la ruta nos puede llegar a dar y de la relación que podemos llegar a establecer con ella. En Mackenna nos agarró la primera noche, en carpa al lado de una estación de un pueblo bien del campo del sur de Córdoba. Al menos ya estamos en “el sur”.


Esa iba a ser la primera muestra de la manera en que se dan las cosas en un viaje como este. Tanto tiempo esperando y tantas ganas, que parece que todo está armado desde antes, o que simplemente las cosas se dan como se deben dar.

Al día siguiente, tras esperar un poco más de una hora, nos llevaron hasta Santa Rosa, La Pampa. Muchas veces la gente es increíble. Hacen cosas que jamás uno se espera. Con un desinterés total (excepto el de que alguien te sebe mate) frenan, preguntan dónde vamos, te llevan, incluso se pasan varios kilómetros del lugar donde ellos mismos tenían que ir, para que a nosotros nos quede más “cómodo” y además, lo más importante, compartimos mates y charlas con una persona aparentemente desconocida, pero que en ese momento se convierte en un compañero de viaje más, en una ayuda, y nosotros en una compañía para él.

En Santa Rosa, con un calor de morirse a las 3 de la tarde, un tipo en moto nos llevó hasta la terminal con todas las cosas, yendo y viniendo dos veces.

Esa noche fue muy calurosa en el camping municipal en Toay (muy bueno y recomendable) y superamos la primera y hasta ahora única lluvia sin sobresaltos importantes.


Al día siguiente queríamos conocer la Reserva Provincial Parque Luro y nos tomamos un bondi que nos dejó en la puerta sobre la ruta. La recorrimos casi toda y resultó ser muy linda e interesante. Enormes extensiones de bosque con muchas especies de animales (incluido el hombre) y hasta pudimos ver un ciervo. Creo que caminamos más de 10 kilómetros solamente ahí dentro.


A la tarde volvimos a la ruta a emprender la titánica tarea de conseguir alguien que nos lleve en un lugar difícil para hacer dedo. Increíblemente no pasó ni media hora que ya estábamos arriba de otro auto gracias a un amigo que se dio en llamar Chapu, siempre con dirección al sur, que nos dejó en un paraje caminero que ni siquiera era un pueblo. Padre Buodo está prácticamente en las puertas de lo que empieza a ser la entrada a la Patagonia. Y ahí estábamos mientras ya caía la noche y no veíamos ningún lugar para armar la carpa y pasarla.


Igual, no era algo que nos inquietara o algo por el estilo. Llegado el momento veríamos. Ese fue el dedo más difícil de todos. El lugar era desfavorable por donde se lo viera. Nosotros queríamos ir a Río Colorado y estábamos en el cruce de la 22, que va a Bariloche. De más está decir que, de 10 vehículos, 9 y medio doblaban para la bella ciudad turística, y prácticamente nadie hacía nuestra ruta. Ahí tampoco paraban colectivos.


Con los últimos rayos del sol, y gracias a Nacho, el estratega del dedo, llegó un gran valor de este viaje. Cosas que solo pasan en momentos como ese. Apareció Marito, un camionero que nos sacó del pozo, y con él empezó una nueva etapa de este viaje.