“Si el camino es duro, vas en la dirección correcta”, dijo
una vez Marley (claramente Bob). Más o menos así fue desde un
principio en este viaje que emprendimos rumbo a lo desconocido, a nuestra
manera. Como siempre, pero con un importante cambio en la brújula. Ahora todo
apunta al sur, a nuestra gigantesca Patagonia Argentina, donde dicen que hay un
lugar con una casa y diez pinos, lejos del ruido infernal de la ciudad, del
humo y la soledad.
Mochilas cargadas, quizás bastante, pero siempre con fuerzas
y listos para salir, seguir, llegar y seguir. Convencidos.
Este viaje me encuentra en un momento personal distinto a
los anteriores, con muchas cosas nuevas en la cabeza y el corazón, y con otras
tantas que sigo ignorando, pero en definitiva de eso se trata. Lo que jamás
cambió fue ese espíritu aventurero, esa necesidad incontenible de estar frente
a la gente y frente a diferentes paisajes. Ese incansable amor por la ruta y por la hermosa incertidumbre que ella te da.
El objetivo: llegar a Ushuaia, la ciudad más sureña del mundo, por tierra ida y vuelta. A dedo lo más que se pueda. A la ida por la costa argentina, de regreso por la “mágica ruta 40”. No esperan algo así como 3400 kilómetros (solo de ida) hasta nuestra meta, el fin del mundo (o, como me gusta decirle a mi, el principio de todo. El decirle “fin del mundo” implica que al mundo se lo interpreta siempre desde el norte hacia el sur, o considerando siempre el sur en función del norte, y eso ya me da mala espina, me huele a “discurso ideológico encubierto”).
El objetivo: llegar a Ushuaia, la ciudad más sureña del mundo, por tierra ida y vuelta. A dedo lo más que se pueda. A la ida por la costa argentina, de regreso por la “mágica ruta 40”. No esperan algo así como 3400 kilómetros (solo de ida) hasta nuestra meta, el fin del mundo (o, como me gusta decirle a mi, el principio de todo. El decirle “fin del mundo” implica que al mundo se lo interpreta siempre desde el norte hacia el sur, o considerando siempre el sur en función del norte, y eso ya me da mala espina, me huele a “discurso ideológico encubierto”).
Sin embargo, también cada día y cada avance será un objetivo
en sí mismo. Cada lugar también. Sabemos que la distancia es mucha, pero eso
claramente no nos acobarda.
Viernes 22 de noviembre. Llegó el día indicado, el día D. Costó llegar a ciertos “arreglos” con los respectivos
trabajos, pero ya está. Dejamos mi Unquillo y mi Córdoba queridos. Salimos con el amigo Nacho hasta Río Cuarto en
colectivo, como para darnos un primer envión inicial, y ya esa tarde fuimos a
las afueras de la ciudad a hacer dedo para seguir. Es difícil salir de las
ciudades grandes, por eso decidimos ir en colectivo hasta Holmberg, primer
pueblo pasando Río Cuarto.
Después de esperar más de una hora, nos llevó un tipo que
iba solo en su camioneta hasta Vicuña Mackenna. Primera gran señal de lo que la
ruta nos puede llegar a dar y de la relación que podemos llegar a establecer
con ella. En Mackenna nos agarró la primera noche, en carpa al lado de una
estación de un pueblo bien del campo del sur de Córdoba. Al menos ya estamos en
“el sur”.
Esa iba a ser la primera muestra de la manera en que se dan
las cosas en un viaje como este. Tanto tiempo esperando y tantas ganas, que
parece que todo está armado desde antes, o que simplemente las cosas se dan
como se deben dar.
Al día siguiente, tras esperar un poco más de una hora, nos
llevaron hasta Santa Rosa, La Pampa. Muchas veces la gente es increíble. Hacen
cosas que jamás uno se espera. Con un desinterés total (excepto el de que
alguien te sebe mate) frenan, preguntan dónde vamos, te llevan, incluso se pasan
varios kilómetros del lugar donde ellos mismos tenían que ir, para que a
nosotros nos quede más “cómodo” y además, lo más importante, compartimos mates
y charlas con una persona aparentemente desconocida, pero que en ese momento se
convierte en un compañero de viaje más, en una ayuda, y nosotros en una
compañía para él.
En Santa Rosa, con un calor de morirse a las 3 de la tarde,
un tipo en moto nos llevó hasta la terminal con todas las cosas, yendo y
viniendo dos veces.
Esa noche fue muy calurosa en el camping municipal en Toay
(muy bueno y recomendable) y superamos la primera y hasta ahora única lluvia
sin sobresaltos importantes.
Al día siguiente queríamos conocer la Reserva Provincial Parque Luro y nos tomamos un bondi que nos dejó en la puerta sobre la ruta. La recorrimos casi toda y resultó ser muy linda e interesante. Enormes extensiones de bosque con muchas especies de animales (incluido el hombre) y hasta pudimos ver un ciervo. Creo que caminamos más de 10 kilómetros solamente ahí dentro.
A la tarde volvimos a la ruta a emprender la titánica tarea
de conseguir alguien que nos lleve en un lugar difícil para hacer dedo.
Increíblemente no pasó ni media hora que ya estábamos arriba de otro auto
gracias a un amigo que se dio en llamar Chapu, siempre con dirección al sur,
que nos dejó en un paraje caminero que ni siquiera era un pueblo. Padre Buodo
está prácticamente en las puertas de lo que empieza a ser la entrada a la
Patagonia. Y ahí estábamos mientras ya caía la noche y no veíamos ningún lugar
para armar la carpa y pasarla.
Con los últimos rayos del sol, y gracias a Nacho, el estratega
del dedo, llegó un gran valor de este viaje. Cosas que solo pasan en momentos
como ese. Apareció Marito, un camionero que nos sacó del pozo, y con él empezó
una nueva etapa de este viaje.
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