lunes, 3 de febrero de 2014

Ay, Comodoro

Nacho iba con un camionero, yo con otro. A mí me tocó el "caripoio", un gordo gringo que me iba contando tremendas anécdotas de camioneros, cosas de su vida y de sus "guriJes", como les decía él, con acento en la J. Los dos eran de Colón, Entre Ríos, e iban hasta Río Grande. Un viaje de tres días.
El tramo entre Rawson y Comodoro Rivadavia es de lo más desértico y desolado que he visto en mi vida. Son un poco más de 350 kilómetros de nada, pero absolutamente nada, solo estepa, guanacos y viento. Viento en serio, no como los que puede haber en algún agosto cordobés. Además, y sobre todo en invierno, es un zona muy "temida", ya que si algo le pasa al vehículo estás realmente en el horno.
Nuestros camiones anduvieron perfecto y fueron un misil cortando el tremendo viento, siempre proveniente del oeste.


Dos potencias se saludan, y el viento los amontona.
Hasta poco antes de llegar a Comodoro uno no se imagina que después de tanto desierto y desolación, podría haber algo. Pero ahí está, entre mar y montañas, una de las dos ciudades más grandes de la Patagonia. Una gran urbe cuya vida gira, está de más decirlo, en torno a la explotación del petróleo. También conocida como la capital del viento, realmente es así. No cesa un segundo, hace temblar las paredes de las casas, no deja caminar en paz por las calles y arrastra todo lo que esté suelto en ráfagas permanentes. Incluso rompe las puertas de los autos si uno la abre a favor del viento.


También, y con perdón de quien corresponda, es una ciudad de las menos "amigables" que he conocido, por no decir realmente horrible, en el bueno y también en el mal sentido de la palabra. Grande, gris, fría, materialista, triste.  Por supuesto que tiene lo suyo: plata. Si hay algo que hay, es plata.


Lago Musters-Sarmiento
Imagino que es muy difícil vivir en Comodoro (hablo por mí), excepto para el nacido allí, o quizás incluso también. Quizás algunos se pueden adaptar y lo disfrutan, lo cierto es que mucha gente elige estos lugares buscando una posibilidad de progreso económico, y por supuesto que lo consiguen, muchos sacrificios de por medio. Claro que son las condiciones de las sociedades en que vivimos, no reniego ni mucho menos, si yo también pertenezco. Si alguno quiere irse hasta allá a hacer plata para asegurarse un buen pasar, tener su/s casa/s y su/s auto/s, está perfecto y es libre de hacerlo. Sin embargo, me alegra saber y sentir que hay mucho por hacer y cambiar. Y, de todas maneras, Comodoro Rivadavia no deja de ser lo que es.

Lo que hizo más agradable nuestra estadía de una semana en Comodoro fue la visita a nuestro amigo el Negro Pertile y su novia Mili, quienes desde el primer minuto hasta el último nos atendieron como si fuésemos reyes. Conocimos toda la ciudad y alrededores: los pozos de petróleo donde trabaja Pertile, Caleta Córdova, Rada Tilly, Sarmiento y el Lago Musters, la hermosa Punta Marqués y sus lobos marinos, un acantilado de 160 metros de altura (para mí el lugar más lindo en las cercanías de Comodoro) y también el famoso Cerro Chenque, desde donde se puede ver toda la ciudad siempre y cuando uno resista el viento.
Pertile y Mili nos malacostumbraron a comer (y obvio que a tomar) bien, mejor dicho muy bien. Sabíamos que eso no iba a ser una constante en el viaje, pero tampoco nos podíamos negar a semejantes posibilidades de saciar mi (constante) hambre. Había que disfrutar el momento, cada momento.


Punta Marqués. Muy buen lugar para quienes gustan de la inmensidad del mar.
Los siete días en Comodoro nos achancharon mucho. Veníamos con un ritmo de viaje frenético y exigente. Acá me relajé de más y, si bien estábamos disfrutando de la visita a un amigo que vive tan lejos, mi cuerpo pedía ruta a gritos nuevamente.

Así fue que tuvimos que convencer a Pertile y Mili para que nos dejen ir y nos tomamos un colectivo a la santacruceña Caleta Olivia porque, por consejo del Negro, no debíamos salir de Comodoro a dedo.

Muy agradecidos, nos despedimos de los amigos que tan bien nos trataron y de la "bella" (a su manera) Comodoro, partiendo hacia una nueva provincia en nuestro recorrido.
Bordeando el mar y con un viento que podría haber tirado el colectivo al agua, fuimos recorriendo el gigantesco Golfo San Jorge hasta entrar a Santa Cruz y llegar a Caleta Olivia en una hora y media aproximadamente.


Cerca de Sarmiento. Un lindo día en la estepa.

Queríamos seguir para el sur lo antes posible y que no se nos hiciera de noche ahí. La terminal está en la otra punta respecto a la salida de la Ruta 3, y la ciudad es más grande que lo que yo creía, por lo que no estaba fácil salir caminando con todas las cosas hasta una buena ubicación para hacer dedo.

Tuvimos la suerte de conocer a un hombre de ahí, que conocía y que justo iba en taxi para ese lado de la ciudad, y nos llevó compartiendo gastos. Igual estábamos como a dos kilómetros de un buen lugar, así que los tuvimos que caminar con todas las cosas y, lo peor de todo, con viento en contra, lo que equivale a tener dos mochilas más encima o, por momentos, directamente no poder avanzar (y no exagero).

Después de mucho sufrir llegamos a una Petrobras sobre la ruta y justo antes de una subida en curva, con rotonda. Claramente un buen lugar. Descansamos un poco y Nacho dijo que había que ubicarse después de la subida y de la rotonda. Haciéndole caso a él, el estratega, y a la ruta, ahí nos pusimos a esperar, o mejor dicho a no esperar.