miércoles, 4 de diciembre de 2013

Sur

“Si el camino es duro, vas en la dirección correcta”, dijo una vez Marley (claramente Bob). Más o menos así fue desde un principio en este viaje que emprendimos rumbo a lo desconocido, a nuestra manera. Como siempre, pero con un importante cambio en la brújula. Ahora todo apunta al sur, a nuestra gigantesca Patagonia Argentina, donde dicen que hay un lugar con una casa y diez pinos, lejos del ruido infernal de la ciudad, del humo y la soledad.

Mochilas cargadas, quizás bastante, pero siempre con fuerzas y listos para salir, seguir, llegar y seguir. Convencidos.

Este viaje me encuentra en un momento personal distinto a los anteriores, con muchas cosas nuevas en la cabeza y el corazón, y con otras tantas que sigo ignorando, pero en definitiva de eso se trata. Lo que jamás cambió fue ese espíritu aventurero, esa necesidad incontenible de estar frente a la gente y frente a diferentes paisajes. Ese incansable amor por la ruta y por la hermosa incertidumbre que ella te da.

El objetivo: llegar a Ushuaia, la ciudad más sureña del mundo, por tierra ida y vuelta. A dedo lo más que se pueda. A la ida por la costa argentina, de regreso por la “mágica ruta 40”. No esperan algo así como 3400 kilómetros (solo de ida) hasta nuestra meta, el fin del mundo (o, como me gusta decirle a mi, el principio de todo. El decirle “fin del mundo” implica que al mundo se lo interpreta siempre desde el norte hacia el sur, o considerando siempre el sur en función del norte, y eso ya me da mala espina, me huele a “discurso ideológico encubierto”).

Sin embargo, también cada día y cada avance será un objetivo en sí mismo. Cada lugar también. Sabemos que la distancia es mucha, pero eso claramente no nos acobarda.

Viernes 22 de noviembre. Llegó el día indicado, el día D. Costó llegar a ciertos “arreglos” con los respectivos trabajos, pero ya está. Dejamos mi Unquillo y mi Córdoba queridos. Salimos con el amigo Nacho hasta Río Cuarto en colectivo, como para darnos un primer envión inicial, y ya esa tarde fuimos a las afueras de la ciudad a hacer dedo para seguir. Es difícil salir de las ciudades grandes, por eso decidimos ir en colectivo hasta Holmberg, primer pueblo pasando Río Cuarto.

Después de esperar más de una hora, nos llevó un tipo que iba solo en su camioneta hasta Vicuña Mackenna. Primera gran señal de lo que la ruta nos puede llegar a dar y de la relación que podemos llegar a establecer con ella. En Mackenna nos agarró la primera noche, en carpa al lado de una estación de un pueblo bien del campo del sur de Córdoba. Al menos ya estamos en “el sur”.


Esa iba a ser la primera muestra de la manera en que se dan las cosas en un viaje como este. Tanto tiempo esperando y tantas ganas, que parece que todo está armado desde antes, o que simplemente las cosas se dan como se deben dar.

Al día siguiente, tras esperar un poco más de una hora, nos llevaron hasta Santa Rosa, La Pampa. Muchas veces la gente es increíble. Hacen cosas que jamás uno se espera. Con un desinterés total (excepto el de que alguien te sebe mate) frenan, preguntan dónde vamos, te llevan, incluso se pasan varios kilómetros del lugar donde ellos mismos tenían que ir, para que a nosotros nos quede más “cómodo” y además, lo más importante, compartimos mates y charlas con una persona aparentemente desconocida, pero que en ese momento se convierte en un compañero de viaje más, en una ayuda, y nosotros en una compañía para él.

En Santa Rosa, con un calor de morirse a las 3 de la tarde, un tipo en moto nos llevó hasta la terminal con todas las cosas, yendo y viniendo dos veces.

Esa noche fue muy calurosa en el camping municipal en Toay (muy bueno y recomendable) y superamos la primera y hasta ahora única lluvia sin sobresaltos importantes.


Al día siguiente queríamos conocer la Reserva Provincial Parque Luro y nos tomamos un bondi que nos dejó en la puerta sobre la ruta. La recorrimos casi toda y resultó ser muy linda e interesante. Enormes extensiones de bosque con muchas especies de animales (incluido el hombre) y hasta pudimos ver un ciervo. Creo que caminamos más de 10 kilómetros solamente ahí dentro.


A la tarde volvimos a la ruta a emprender la titánica tarea de conseguir alguien que nos lleve en un lugar difícil para hacer dedo. Increíblemente no pasó ni media hora que ya estábamos arriba de otro auto gracias a un amigo que se dio en llamar Chapu, siempre con dirección al sur, que nos dejó en un paraje caminero que ni siquiera era un pueblo. Padre Buodo está prácticamente en las puertas de lo que empieza a ser la entrada a la Patagonia. Y ahí estábamos mientras ya caía la noche y no veíamos ningún lugar para armar la carpa y pasarla.


Igual, no era algo que nos inquietara o algo por el estilo. Llegado el momento veríamos. Ese fue el dedo más difícil de todos. El lugar era desfavorable por donde se lo viera. Nosotros queríamos ir a Río Colorado y estábamos en el cruce de la 22, que va a Bariloche. De más está decir que, de 10 vehículos, 9 y medio doblaban para la bella ciudad turística, y prácticamente nadie hacía nuestra ruta. Ahí tampoco paraban colectivos.


Con los últimos rayos del sol, y gracias a Nacho, el estratega del dedo, llegó un gran valor de este viaje. Cosas que solo pasan en momentos como ese. Apareció Marito, un camionero que nos sacó del pozo, y con él empezó una nueva etapa de este viaje.

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