martes, 27 de julio de 2010

Desintegración abstracta del viaje

"Las distancias están para ser recorridas", dijo un amigo y compañero. Las distancias están para expandir la mente hacia lo que está en un terreno potencial de desarrollo del ser, hacia un terreno que pertenece al desarrollo real, actual e histórico de otros seres que habitan esas tierras por explorar. Las distancias no requieren ser analizadas, ni estudiadas, ni medidas, ni nada... solo requieren ser recorridas.


El recorrer las distancias te pone en otro lugar simbólica y espacialmente hablando, desde el cual automáticamente uno se encuentra en nuevos escenarios, y se perciben las estructuras de "la realidad" desde nuevos puntos de vista y desde nuevos contextos.


La gente es otra, los espacios físicos son otros, la realidad que uno vive se torna diametralmente opuesta de la que día a día se rodea en la cotidianeidad y rutina de los días de la vida. Eso también nos pone en un escenario mental nuevo, apasionante e inesperado en las características particulares de cada lugar alcanzado por medio de las distancias.


El "valor" económico


Comparado con este proceso de transformación mental que va viviendo la mente, el alma y posiblemente también el cuerpo, en conjunto con la gente y los lugares con los que uno se va encontrando, y determinado por todos ellos en una "revolución gradual de las percepciones", el valor económico que tiene o puede tener un viaje adquiere un obseno segundo plano y puede ser hasta denostado y considerado inútil.


El mito de la necesariedad de la plata para viajar es cierto para quien lo quiera creer. La plata te puede llevar en un avión a determinado lugar, pero no te va a servir para conocer a la gente de ese lugar. Los lugares y los paisajes no te van a cobrar para que los veas, explores y percibas. Salvo lugares de acceso privatizado y para el que hay que pagar una entrada; pero aún así, el proceso interno del conocimiento, del contacto y transformación de las percepciones provocado por un lugar que no es el nuestro, ese maravilloso y grandioso proceso del viajar, es gratis.


Conocer otro país, u otro lugar dentro de los límites de Argentina, es más que recorrer la distancia que lo separa del nuestro, es más que señalar en el mapa que estamos en un pedazo de tierra que no es aquel del cual nosotros provenimos. Al recorrer esa distancia, que está para ser recorrida, uno adquiere otra dimensión mental y se da cuenta de que un país es mucho más que un pedazo de tierra, es más que un sitio diferente al nuestro en un mapa, es mucho más que un lugar con otro nombre.


Un país es su gente, son sus formas de vida y estructuras sociales, es su grandeza determinada por sus características únicas, es sú música, su historia, sus comidas y bebidas, su organización sociopolítica y económica, además de sus espacios físicos, paisajes y disposición geográfica y geopolítica. Conocer un país es conocer eso, y conocer esas dimensiones de un país, en ese proceso intrínseco de internalización y expansión de la mente y el alma por medio de "lo distinto", es gratis.


Viajamos así porque no sabemos viajar de otra manera


Al pretender viajar evitando el lujo, gastando lo menos posible y de las formas más sencillas, sin tener nada en claro, improvisando, comiendo lo que haya, etc. no queremos "escapar del sistema" ni "ratonear", tal como se suele decir a través de esas frases hechas y reproducidas que no dicen mucho, son banales y ya están muy trilladas. No, nosotros queremos, más que nunca, conocer ese "sistema", meternos en él pero desde el otro lado, aquel que es el mayormente ignorado y avasallado por la historia y por el verticalismo del poder económico. Tan simple como eso.


Por más que ya jamás nos podremos liberar del todo de las deshumanizantes categorías del mercado, en las que hemos sido criados, y en los más o menos diferentes contextos en que nosotros hemos crecido, queremos demostrarnos que no es necesaria la plata para cumplir grandes objetivos y "ser felices", y que realmente el mundo está patas para arriba con respecto al que nos suelen mostrar en algunos libros y medios de comunicación, o el que exhiben desde los sectores hegemónicos.


Queremos sentir algo de lo que siente la gente que conoceremos en el camino, ellos que realmente son la esperanza de la humanidad, los que claman por posibilidades y los únicos que saben ser realmente felices. Queremos serles útiles de alguna manera, quiero ir despojándome, "desnudándome" de a poco y expandir la conciencia para encontrar formas de canalización del espíritu y formas de luchar por cambios estructurales.


Si en algo de todos estos preconceptos, predisposiciones y/o prejuicios estoy equivocado, cosa muy probable, sé que el viaje me lo corregirá una y otra vez delante de mis ojos, hasta que realmente aprenda que las respuestas correctas están siempre al costado, en la misma línea nuestra, en el pueblo, en los pueblos, en los que menos tienen, en los "nunca escuchados".


Queremos solamente viajar, con todo lo que de eso se derive o se vaya a derivar, sin saber bien a dónde ir, sin saber qué vamos a comer, pero sabiendo que tenemos todo lo que le hace falta a una persona para poder vivir en el sentido humano: otras personas al lado de manera permanente y aire en los pulmones. Lo demás, veremos en el camino. Y si alguna vez nos preguntan por qué viajamos, diremos solamente, sin vacilar un segundo, "viajamos por viajar".

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