jueves, 22 de julio de 2010

Soy de aquí y soy de allá

Soy de aquí y soy de allá. De una Sudamérica siempre incipiente, de una tierra siempre viva, de luces, sombras, colores de identidad y dobles verdades. De un suelo amado... limpio o sucio, bajo o alto, verde, rojo, amarillo o negro, pero siempre amado.


Si alguna vez andando me encuentro con ella, no dejaré de verla y recibirla, de escucharla y hablarle, de caminar por sus senderos, de oler sus árboles, de comer sus comidas y tomar sus bebidas, de perder mis ojos en algunos de sus ocasos, o alguna de sus mujeres, y abrirlos en alguno de sus amaneceres, cuando la tierra me acaricie y por las piedras y las aguas aparezca el sol.


Cuando viajando la encuentre no dejaré de apollar mis rodillas en ella, de sentir mis manos en sus montañas o arenas, en sus plantas o bosques, ni en sus aguas y su aire. No podré evitar abrazar su gente, sus países, escuchar su música, lavar mi cara con sus rayos de cultura.


Allá habremos de ir otra vez a oler la pulcritud o el hedor, a navegar por cósmicas realidades en complicidad con subyacentes galaxias inexploradas. Allá tendremos que ir y encontrar lo que no se espera, a tocar lo intangible, a sentir el sabor de lo salado, lo dulce y lo insípido, a respirar los aires que llenan los pulmones de aparentes mezclas de mundo real o superfluo, onírico o sensorial. El tiempo es hoy, nada será eterno.


De grandes y fríos mares occidentales, de humectales centrales y septentrionales, de montañas y desiertos tan omnipresentes e infinitos como las almas que en un puño apretado se unen orgullosas, en vastos espacios y horizontes verticales, en sublimes tierras de libertad.


Soy del sur, del norte, del este y el oeste; y si el sudeste clama, lo soy tanto como del sudoeste, del noreste y el noroeste. Soy de acá y soy de allá, del alma de Argentina; desde Ushuaia a Cartagena de Indias y la Península de Guajira; desde Pernambuco y Salvador a Chiclayo, Cuenca y Punta Arenas; desde Montevideo a Bucaramanga y Medellín, pasando por Asunción, Potosí y La Paz; desde Salta y Jujuy a Caracas y Maracaibo.


Soy de los Incas, de los Wichis y Mapuches. Soy de Bolívar, San Martín y Belgrano; De Túpac Amaru y Guevara; de Machu Picchu, de las Cataratas del Iguazú y de la Selva Amazonas; de las Minas de oro de Potosí y del Cerro Aconcagua. Soy del Titicaca. Allí el viento siempre sopla alto, libre y bueno, también soy de la Cordillera de los Andes, de Malvinas y del Glaciar Perito Moreno.


Soy de un Cusco de madera balsa y un Perú enorme, de un Chile amalgamado, de una Bolivia transversal y genuina, de una La Paz inconmensurable, de un Paraguay sonoro y diacrónico, de un Brasil hiperquinético y una Río clásica y mundial, de una Venezuela y Ecuador múltiples, de un noble Uruguay, de una Colombia límpida y cálida y, sobre todo, de una Argentina eterna e infinita.


Soy de cada provincia, de cada cerro, cada valle y cada río, de cada ser y cada kilómetro, de cada soledad y cada compañía. Siempre vivo, siempre nuevo. Que no nos engañen otra vez al querer expropiarnos de las mieles de nuestros panales. Miro en la profundidad una esfervescente vida que será ya propia, ya en la ruta y viajando, ya transparente y ya al fin libre... ya al fin libre.

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