lunes, 2 de abril de 2012

Santo Tomé - Sao Borja

Ya el nuevo día me encuentra con el cuerpo destruído y, medio entre sueños, veo por la ventana a la noche oscura. Estoy viajando por el Litoral, donde yo quería llegar, hacia el interior de la provincia de Corrientes, la tierra del sol y el buen mate, donde el viento de los ríos arremolina la tierra colorada, mezclándose con un chamamé.

A las 5 de la mañana pongo los pies en Santo Tomé, la llamo a mi prima Sandra y vamos para su casa por un desayuno express. Después de eso no hay otra opción más que tirarse en la cama a descansar hasta el mediodía.

Los días del fin de semana acá transcurren tranquilamente, entre tardes de caminatas y mates, conociendo gente por todos los lugares donde me lleva mi prima. Casas de amigos y amigas y una excelente peña llena de zambas, chacareras y chamamés. Además, como siempre, recorrimos el boliche y el pub del pueblo, llenos de gente y jóvenes estudiantes de todo el Litoral, y además algunos brasileros.


Santo Tomé tiene facultadas de Medicina y algunas Ingenierías, entre otras carreras, lo que lo hace un pueblo con mucha gente joven y mucho movimiento. A los brasileros también les conviene venir: está sobre la frontera, relativamente cerca de muchas ciudades grandes del país vecino, y acá es mucho más barato para ellos por el cambio con el real. Pude ver y conocer varios de ellos que eligieron Santo Tomé para estudiar y vivir.

Después de muchas horas de peñas, boliches y pub, en la tarde del domingo vamos a conocer la costa del gran Río Uruguay. Para llegar vamos caminando con mi prima por las calles del pueblo, después nos metemos en tierra colorada y un sector semiselvático que rodea al río. Llegamos con el atardecer para sentarnos a tomar unos mates en la orilla. No es tan ancho y majestuoso como el Paraná pero también es imponente y realmente hermoso a la vista. Al frente, del otro lado, se avista Brasil, el gigantesco e interminable de Sudamérica, y ya me gustaría cruzar nadando y seguir viaje por allá, para cualquier lado.



El Río Uruguay

En definitiva, viendo el río vuelvo a tomar dimensión de la naturaleza y me pongo nuevamente en "estado de viaje", esa sensación extraña y profunda de libertad que quiero tener siempre. Me gustaría poner una carpa ahí y pasar meses. Los mosquitos son hambrientas aves de rapiña y la humedad no deja correr una brisa, pero no importa.

Costa del lado brasilero

Haber visto el Río Uruguay me sirvió de empujón emocional para seguir con mis objetivos de este viaje que, hasta ahora, es muy extraño e incierto, como ningún otro antes. Y se disfruta mucho de esto, de conocer absolutamente todo lo que esté acá y ahí, más o menos cerca o lejos, esperando que nosotros lo conozcamos.

Al día siguiente me voy a pasar la mañana y la tarde a Sao Borja, primera ciudad del lado brasilero. Tomo un remís hasta el puente frontera y, luego de hacer los trámites correspondientes, el gendarme me dice que, si no tengo vehículo, no tengo como ir hasta el pueblo ya que está a 15 kilómetros de ruta, y colectivos no hay sino dos o tres veces por día. No me había terminado de decir eso cuando apareció un auto manejado por otro gendarme, que me vio y me dijo: "subí, vamos", y me llevó justo hasta el centro de la ciudad, donde yo quería ir. Era misionero pero trabajaba hacía varios años en esta frontera.


Empecé a caminar por todos lados conociendo la ciudad, una ciudad normal que tiene el ritmo habitual de una ciudad fronteriza. La gente habla un portugués cerradísimo y yo no entiendo una reverenda... palabra. Intento hablar con mucha gente preguntando cosas pero es imposible. Imposible. Sólo señas universales, números y lugares comunes son las cosas que entiendo. Evidentemente no tengo buen oído para el portugués y la gente acá no está acostumbrada a los turistas o viajeros argentinos, por lo que no se saben manejar en portuñol, que es cuando se mezclan cosas de ambos idiomas para facilitar el entendimiento.


Comí un menú variado por 10 reales en un bar (porque lo había leído en un cartel) y después seguí recorriendo un poco. Me senté en la plaza a descansar un rato largo, pensando en nada y viendo a la gente.



Plaza de Sao Borja - Brasil

Para la hora que tenía que empezar a volver, no tenía cómo porque no había colectivos y un taxi cobraba muy caro: 25 reales que no pensaba pagar y que prácticamente no tenía. Después de preguntar un poco, nadie me sabía decir si había colectivos a la frontera, así que empecé a caminar para la ruta, con la idea de llegar al puente o que algo me salve. Eran 15 kilómetros y yo tenía 5 reales en el bolsillo. Me compré un agua para poder seguir viviendo y mi capital de moneda brasilera se redujo a 3,50. Es pleno marzo y el verano todavía se hace sentir acá.

Cerca de la rotonda de salida llego a un lugar donde arreglaban electrodomésticos viejos. Atrás de un pequeño mostrador se veían pilas de lavarropas, cocinas y demás. Trato de explicarles mi situación a los dos tipos que estaban ahí y que, como todo brasilero, no paraban de reirse. Les pido un poco de agua y me la alcanzan en una botellita. Me dicen que quizás enseguida pase el colectivo así que me quedo a esperar ahí mismo. Parecían muy buena gente, como todos los que pude conocer.


En eso llega un tipo en una moto y los dos del local empiezan a decirle que yo estaba viendo si pasaba el colectivo al puente, o algo así le deben haber dicho. Resultó que era una mototaxi, común en el pueblo, y ofrecía llevarme a la frontera. El diálogo fue el siguiente: ¿Por cuánto, maestro? Le digo en mi cordobés-portugués. 10 reais, me dice. Tengo 3,50, le respondo. Ocho, me dice. Gracias pero tengo 3,50, le vuelvo a decir mostrándole las tristes monedas. Vamos, me responde. Me da el casco, me lo pongo y subo. Gracias a este amigo brasilero que me llevó, casi por pura bondad, pude llegar al puente en una moto y volver al lado argentino. Volví hasta Santo Tomé con otro brasilero que conocí en la frontera.

Llegada la noche, la última que iba a pasar ahí, mi despedida de este pueblo correntino fue en un cumpleaños de una amiga de mi prima, después de haber sacado el pasaje a Posadas para las 9 de la mañana del otro día. Resultó que el cumpleaños se prolongó de más y estaba pasando un gran momento con la gente que ahí conocí. No quería irme a dormir y se hicieron las 6, las 7 y las 8. Así que directamente y, pudiéndome recomponer un poco, armé las cosas y me tomé ese colectivo después de saludar y agradecer a mi prima por los días allí transcurridos.

Me voy a Posadas, me voy a la provincia de Misiones. La pasé muy bien en este pueblo pero ya debo partir, una vez más, hacia donde yo quiera y el tiempo me lleve. En este momento, viajando por el Litoral, por los campos de yerba, choclo y en tierras coloradas, me acuerdo del gran Luis Alberto Spinetta que, en ese lugar y desde algún lugar, me canta:

Yo vine y no traje nada,
y lo mejor me llevé...
Porque ella es la flor más linda,
la de Santo Tomé.
Si es que se agita mi canción,
ya tiene dónde ir.
Río no traigas las sombras,
dulce río de amor...
La pena nos hace sauce
que no lloró.
Yo vine y no traje nada,
y lo mejor me llevé...
Ya que ella es la flor más linda,
la de Santo Tomé.

1 comentario:

  1. Hola jere que tal! llegue de blog en blog al tuyo y nada, queria decirte que sigas adelante, que le metas pata a los viajes, a aventura de vivir, de no tener ningun dia igual que otro, a lo lindo de conocer personas y paisajes que nunca imaginamos y bueno, me identifico con tu forma de ver las cosas y de vivir. Te paso mi blog, yo comienzo hace poco y tengo en mente algunos desafios. Un abrazo grande!
    http://gambeteandoconladepalo.blogspot.com.ar

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